Costa Rica, para visitar y agradecer.

Entre verdes y azules de una vastedad enorme, Costa Rica deslumbra al turista y le da una lección de ecología al mundo.

Casi con seguridad, Costa Rica lo recibe a uno con un “pura vida”. La frase que curiosamente pertenece al cómico mexicano Clavillazo (Antonio Espina y Mora), quien en 1956 estrenó sin demasiado éxito un filme con ese nombre, identifica a los “ticos” desde entonces. La misma no tiene un solo significado, puede usarse en lugar de hola, adiós, que te vaya bien, disfruta la vida, todo bien y vaya a saber uno cuántas cosas más. Lo cierto es que si nos ajustamos a su significado literal, encaja a la perfección con lo que es Costa Rica y de ahí que el ICT (Instituto Costarricense de Turismo) lo haya adoptado como slogan.

Lo segundo más escuchado y en estrecha relación con lo anterior, seguramente sea la palabra “biodiversidad”. Debo confesar que primero me llamó la atención y hasta la recibí con cierta incredulidad, pero con el correr de las horas plantas, flores, animales, insectos, etc. parecieron complotarse para no sólo arrojar certeza a la misma, sino también para que yo pudiese comprender la verdadera dimensión de lo que significaba estar en este maravilloso país que, en 51.100 km2 (casi como Jujuy), alberga un 5% de la biodiversidad mundial.

 

De costa a costa

Costa Rica tiene algo que es maravilloso: uno puede amanecer y bañarse en las aguas del Atlántico y por la tarde estar buceando en las del Pacífico. Claro que para eso se tendrá que emprender el viaje por ruta, en la cual no sólo es imposible superar los 80 km/h sino que es probable se vaya a mucho menos que eso; así que las distancias no hay que tomarlas como acostumbramos. Además, ese viaje de una costa a otra implicará atravesar la cadena montañosa que, no sólo contiene 112 volcanes (5 activos) y divide el país por completo de norte a sur, sino que permite en días diáfanos apreciar ambos océanos. Otra posibilidad para vincular las aguas que bañan este país es sumarse a la atractiva propuesta que impulsa una ONG: “El camino de Costa Rica del Atlántico al Pacífico” (ver aparte).

La costa del Pacífico tiene una dimensión de 1.016 kilómetros, así que las posibilidades de playa están garantizadas. Allí los exclusivos resorts abundan tanto como la fauna, los manglares e incluso los colores del mar y la arena que van del negro al gris perla y del dorado al blanco. Pero nuestro viaje nos deparó una única escala en el Pacífico: Puntarenas.

 

Puntarenas y las historias de presos

La ventaja de Costa Rica, como dije, es la cercanía de todo. Es tener el bosque, la playa, el campo, la montaña, los volcanes, el calor, el fresco, todo a mano.

De esta forma, no resulta extraño pasar en 45 minutos de los 35 msnm (metros sobre el nivel del mar) de la ciudad marítima de Puntarenas a los 1.800 msnm de Montes de Oro, con el consiguiente cambio en la temperatura.

Puntarenas está a sólo 98 km de San José, por lo que es uno de los destinos elegidos por los habitantes de dicha capital para el desenchufe de los fines de semana y parada obligada de los cruceros que navegan por el Pacífico. La ciudad se distingue por las construcciones bajas (son pocos los edificios altos en el país) y el aire de mar que indefectiblemente conduce a uno hacia el malecón, que tiene al faro, restaurantes y bares de alrededor como anzuelos naturales. Allí degustar un plato de arroz con camarones y una cerveza escarchada, para después deleitarse con una caminata con la noche y el mar de testigos, pueden resultar un plan simple e inolvidable.

A apenas media hora de navegación en lancha desde Puntarenas se llega a la Isla San Lucas, lugar donde funcionó una prisión de máxima seguridad desde 1873 hasta 1992, año en que se cerró por su extrema crueldad y olvido de losderechos humanos. Por aquel entonces las aguas del Golfo de Nicoya estaban infestadas de tiburones que incluso eran atraídos por los guardia cárceles con comida y sangre. Hoy recorrer los 3 kilómetros que separan la isla de la costa es mucho más placentero y casi con seguridad depara el encuentro con amigables delfines. También es posible desembarcar en el muelle de la prisión y transitar la “Calle de la amargura” (calle de ingreso) sin la pesada carga de las bolas de acero y los grilletes de los condenados. Desde allí se puede llegar hasta los calabozos o pabellones y deambular entre historias como la de José León Sánchez, que llegó analfabeto y terminó escribiendo “La isla de los hombres solos”, donde narra la vida en esa cárcel que lo contuvo durante 30 años siendo inocente.

La prisión se encuentra en litigios para culminar su restauración, pero así y todo se puede apreciar un poco de lo que significó estar encerrado allí. “El hueco”, un agujero de unos cuarenta centímetros ubicado en el patio, alberga por debajo un recinto de nueve metros de diámetro donde la temperatura alcanzaba los 60ºC. De más está decir que casi en el cien por cien de los casos acababa con la vida de quien era castigado allí. Aún hoy se pueden apreciar también las inscripciones de los convictos en las paredes de los pabellones, donde destacan pinturas como la de Pelé, las de contenido sexual o “La chica del bikini rojo”, hecha con sangre de una enfermera asesinada por los mismos reos (esta versión no está del todo comprobada).

La isla San Lucas cuenta también con sitios arqueológicos indígenas, una enorme biodiversidad y playas, donde paradójicamente hoy se puede pasar el día y disfrutar del sol, el mar y la libertad.

 

Miramar y un viaje al pasado

El Cantón de Montes de Oro (las provincias se dividen en cantones y éstos en distritos) alberga el distrito de Miramar, que ostenta gran parte de la historia de la zona. Asentamientos indígenas, colonos, fiebre del oro y otras cuestiones se adivinan en edificios como la iglesia (hoy patrimonio histórico-arquitectónico), casonas antiguas y, por supuesto, minas.

Uno de los imperdibles de Miramar es la posibilidad de observar el Golfo de Nicoya en toda su extensión, lo que explica el nombre del distrito. La zona es además un punto de partida para, en pocos kilómetros, realizar turismo rural y aprender acerca de cultivos orgánicos (incluso algunos que utilizan el guano de murciélagos como fertilizante natural), la importante producción de café o interiorizarse sobre las plantaciones de caña de azúcar y el uso del trapiche para la elaboración, entre otras cosas, de miel de caña o “tapa de dulce” (el jugo de caña cocido y solidificado) que, rallada y con agua o leche, forma parte de la dieta de los “ticos”.

Otra de las posibilidades del cantón es hospedarse en algunos de los rústicos lodge, entregándose al pasado (olvidando el wi-fi entre otras cosas) y, por ejemplo, disfrutar del arrullo del viento por la noche o despertar entre las nubes (literalmente) para luego descubrir incontables orquídeas, plantas, insectos y aves en mágicos senderos que fluyen dentro del bosque nuboso, como me sucedió en Las Colinas Zapotal Lodge.

 

El Volcán Irazú y Turrialba

El viaje me deparó un breve paso por el Parque Nacional Volcán Irazú, donde se pueden apreciar el cráter Diego de la Haya, el cráter principal y hasta transitar por el área de Playa Hermosa, una terraza de origen volcánico que, sin dudas, hace a uno sentirse realmente pequeño. Desde los 3.432 metros de este volcán se pueden observar, si las condiciones climáticas lo permiten, la costa caribeña o el Volcán Turrialba, que registraba una importante y temida actividad al momento de mi visita.

En el cantón de Turrialba, además del volcán, se encuentra el Cerro Chirripó (3.820 m), el más alto de Costa Rica y el río Pacuaré que deslumbra por su belleza y atrapa a los amantes del rafting, ya que ha sido reconocido como uno de los cinco mejores del mundo para la práctica de esta actividad. Ah y claro, el Wahelia Espino Blanco Lodge, donde sólo tuve la oportunidad de almorzar pero alcanzó para descubrir que se trata de un magnífico lugar. Con apenas 10 bungalows súper confortables y a tono con la naturaleza y su conservación, rodeado de 32 hectáreas de vegetación y fauna exuberantes que incluyen además una cascada propia, este lugar mágico invita a quedarse entre verdes y sonidos únicos.

El Wahelia Espino Blanco ostenta con orgullo su Bandera Azul Ecológica (5 estrellas), un galardón que reconoce anualmente a los emprendimientos y playas de todo el país que cumplen con exigentes parámetros, en pos de asegurar la salud pública y la actividad turística.

 

La reflexión antes de Ujarrás y Orosí

A esa altura de mi viaje, entendía que la riqueza de Costa Rica va más allá del típico circuito turístico de playas. Sin dudas, una buena opción para visitar este país es alquilar un auto y armarse un itinerario a gusto propio, recorriendo con tiempo y descubriendo que la pasión por el fútbol se traduce en innumerable cantidad de canchas a cada paso. O descubriendo que una Soda no es una bebida, sino un restaurante al costado del camino que ganó su nombre por los norteamericanos que concurrían sedientos a pedir “soda” (gaseosa) después de largas jornadas de trabajo. Y que un “casado”, más allá del que se encuentra en matrimonio, es un plato de carnes con acompañamiento. Todos pequeños detalles que resaltan aún más cuando se suman a la hospitalidad tica y a ese interés por hacerlo a uno sentir cómodo en todo momento. Justamente lo que me esperaba en Ujarrás, donde se pueden visitar las ruinas de la Iglesia de la Inmaculada Concepción, la primera de Costa Rica (1693) y, en abril, participar de los festejos en honor de la Virgen del Rescate. Allí tuve la oportunidad de percibir la calidez de la gente del lugar y de pueblos vecinos como Orosí y Cartago, como así también de deleitarme con panorámicas de las ciudades entre montañas, nubes y ríos desde los miradores de Ujarrás y Orosí. En ese sentido también tuve lo que podríamos llamar una “función privada” desde el balcón de Rinconcito Verde, una casa de familia devenida en hotel que ofrece vistas únicas, acompañadas de ese calor de hogar que las vuelve inolvidables.

A pocos kilómetros de Orosí se encuentra el Parque Nacional Tapantí, una reserva natural de 58.500 hectáreas. El lugar registra precipitaciones anuales de hasta 8.000 mm, por lo que es probable que la visita depare algo de agua (sobre todo de mayo a octubre). La lluvia y los ríos que alberga esta reserva aseguran una biodiversidad que incluye más de 260 especies de aves, 45 de mamíferos (la danta –tapir-, el tepezcuintle, felinos como el manigordo, el león breñero y el tigrillo, el mono carablanca y más), además de 56 especies de anfibios y reptiles. Una visita imperdible para quien gusta pasar una tarde descubriendo especies únicas y disfrutar de senderos y descansos con comodidades para hacer pic-nics y asados.

 

Caribe, irresistible Caribe.

Decir Caribe, ya implica un atractivo especial para los argentinos, aunque este sentimiento no es exclusivo de quienes habitan nuestro país. El Caribe atrae, excita, cautiva, con sus arenas blancas (aquí también las hay doradas y negras) y sus aguas azules, turquesas, verdes, pero, fundamentalmente, cálidas.

En el Caribe sur costarricense, nos encontramos con una extensión de unos 12 kilómetros en los que se suceden cinco playas bien delimitadas: Puerto Viejo, Cocles, Chiquita, Punta Uva y Manzanillo.

La experiencia comienza en Puerto Viejo. Se trata de un pequeño pueblo con ciertos aires hippies y surfers (algo que se extiende a las otras playas), con una pequeña ruta de ingreso que continúa hasta Manzanillo. Si bien se percibe como un lugar tranquilo en esta época del año, permite adivinar el bullicio y la diversión de la temporada alta, que se concentra básicamente en el centro y unas dos o tres cuadras alrededor. Allí se ubican la mayor cantidad de comercios: tiendas, bares estilo playa para disfrutar de un 2×1 en happy hour o un clásico “refresco” de papaya o piña y locales de alquiler de bicicletas. Más allá se irán sucediendo algunos restaurantes y varios hoteles que, mayormente, se integran al paisaje y permiten experiencias únicas como despertar con el sonido de los monos aulladores que sorprenden con una voz demasiado grave para su pequeño cuerpo.

Volviendo al tema bicicletas, son en esta zona el medio de locomoción por excelencia. Es común (y práctico) alquilar una y lanzarse a la aventura de ir recorriendo esos 12 kilómetros en los que se distribuyen las playas y descubrir sus características propias. Es cierto que hay casi un denominador común en ellas: a todas, en mayor o menor medida, se accede a través de vegetación con verdes exultantes y senderos donde lo clásico es toparse con cangrejos. Estos crustáceos abundan en serio, tanto que es común por las noches verlos atravesando la ruta y detenerse encandilados por las luces del vehículo.

Otro denominador común en estas playas son las rocas, aunque no es complejo ni requiere grandes esfuerzos encontrar una zona liberada para disfrutar de las olas que, por cierto, tienen a los surfers entre sus grandes amantes. En Puerto Viejo y otras playas se pueden encontrar lugares de enseñanza y alquiler de tablas para iniciarse en este deporte.

 

Cahuita, oro verde.

A 15 kilómetros de Puerto Viejo, en dirección hacia el Norte, se encuentra Cahuita, que merece un párrafo aparte. Este Parque Nacional de 55 mil hectáreas de ambientes terrestres y marinos protegidos y 600 hectáreas de coral, es ideal para la práctica de snorkeling y buceo, muy populares cuando el agua está calma y hay buena visibilidad.

En este lugar protegido, la fauna y la flora abundan y es posible vivirlas de manera increíble a través de senderos y playas a los largo de 7 kilómetros de costa, en los que se ve y escucha de todo: monos, perezosos, cangrejos, insectos de todo tipo y más. Pero lo que más sorprende es hallar durante el recorrido pequeños piletones de donde emanan burbujas en forma permanente, testigos de la existencia de petróleo en la zona. Y digo sorprende, porque para alegría de todos después del hallazgo en 1910 y hasta el día de hoy, Costa Rica privilegió su riqueza natural y la conservación de la fauna y la flora por encima del preciado oro negro. Algo que enorgullece a los ticos que, verdaderamente, nos ofrecen una verdadera lección de ecología.

Praia do Forte: playa, naturaleza y disfrute.

Praia do Forte, un pequeño pueblo de pescadores del estado de Bahía, recibe hoy a ballenas, tortugas y miles de turistas que viajan en busca de las placenteras y templadas playas brasileñas.

Apenas arribamos al Aeropuerto de Bahía, nos pusimos a tono con el talento bahiano. No hablamos de una virtud (o sí), sino más bien del “ta lento”, una característica que distingue al habitante del estado de Bahía respecto del resto del país y que tal vez por nuestra llegada a las 3am, con el consiguiente cansancio, también se hizo propia.

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Jamaica, donde sentirse bien es ley.

Jamaica: sol, playas, cascadas y todos los condimentos para disfrutar de esta isla caribeña considerada la capital del reggae.

Inevitablemente, pensar en Jamaica me trasladaba a la cuna del reggae. Es cierto, también me remitía a Usain Bolt que me recuerda mi pasado en el atletismo, mucho más modesto que el de la megaestrella de los 100 metros llanos por supuesto. Después, inmediatamente después, al Caribe, ese mar que deleita y deslumbra en cada arena que se posa. Podría asegurar que hasta ahí llegaba mi escaso conocimiento de esta isla, que casi se asemejaba al de miles de cruceristas que suelen desembarcar fugazmente en esas tierras.

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San Rafael, pasión de multitudes.

La ciudad de San Rafael (Mendoza) hace un despliegue de atributos tan grande que es imposible no enamorarse.

Por Esteban Goldammer / @testergourmet

Si uno viene desde mendoza por la ruta nacional 40, bien vale la pena hacer el desvío a la altura de El Sosneado, por la 144, para llegar a San Rafael. Y si no, esta ciudad (la segunda en importancia de la provincia) amerita tomarse unos días, armar la valija y viajar a explorar sus rincones, disfrutar de los paisajes, la aventura y la gastronomía acompañada de sus fantásticos vinos.

Pero vamos por partes, primero creo que es preciso aclarar el porqué del título de la nota. Y es que a lo largo de nuestra estadía de cinco días, hubo un denominador común en la gente: la pasión. Podríamos decir amor, sí, por su ciudad, por su particular clima, por los frutos de esa tierra que demanda un especial cuidado del agua, por los emprendimientos desarrollados desde cero o que se mantienen de generación en generación. Sí, podríamos decir amor, pero va más allá: es pasión. Y con gusto nos dejamos contagiar de ella.

Aire de pueblo

Quizás sean las acequias que acompañan el trazado de la ciudad (heredadas de los huarpes) y ese murmullo del agua corriendo lo que acentúe esa tranquilidad que se respira en el aire de San Rafael. Tal vez sea el clima seco y esos trescientos días de sol que el sanrafaelino se vanagloria de tener, al punto de bromear con la fortuna que uno tiene si logra ver el paisaje nublado o con lluvia. Posiblemente sea una conjunción de lo anterior sumado a la personalidad de su gente. El hecho es que en San Rafael parece reinar la paz. Construcciones bajas, avenidas y calles anchas, espacios cuidados y limpios, nos recibieron en nuestro primer acercamiento que, como no podía ser de otra manera, incluyó el paso por la Plaza General San Martín y el Parque Hipólito Yrigoyen.

La primera es la plaza principal de la ciudad y fue construida en un espacio verde donado por Rodolfo Iselín, francés que estableciera a finales del 1800 la colonia que dio origen a la ciudad. La misma fue renovada en 2010 y en torno a ella se encuentran el Palacio Municipal y la histórica Catedral de San Rafael. Continuar leyendo “San Rafael, pasión de multitudes.”

Las 5 claves para armar la valija.

Publicada en BigBangNews.com

 

Pará, pará, pará (estilo Fantino), ¿en serio creés que te voy a dar consejos para armar una valija? Nah, boludeces, no. Te vas de viaje, ¡todo lo demás es anecdótico! Si además hasta cabe la posibilidad de que la aerolínea extravíe tu equipaje, con lo cual hacerte problema por lo que contenga o no, no tiene demasiado sentido.

Pero bueno, dada la circulación e insistencia de producir y consumir este tipo de notas, debe haber gente que las necesita, que precisa que le digan que la valija tiene que tener el tamaño adecuado a la cantidad de días y a las necesidades del viaje. Porque claro hay quien elige un destino playero pero, así y todo, empaca un tapado o un gamulán. No, amigos: destino de verano, ropa de verano; destino de invierno… bueh. Las prendas deben ser lo más funcionales posibles, colores neutros preferentemente. Ese vestido que te vas a llevar por las dudas, no va. Y no me refiero solo al vestidito, el pantalóncito, el sweatercito o lo que sea, es el “por las dudas” lo que no va. La balanza de la aerolínea se alimenta del por las dudas, se nutre de la inseguridad del viajero. No, si tengo que volver atrás para explicar cuáles son los colores neutros, se pudre todo. Importante, no te olvides ni las medias ni los calzones. Y la vestimenta fundamental es lo que primero entra en la valija: la malla, los guantes, las ojotas, la bufanda, porque es lo más fácil de olvidar. ¿La ropa de running? Caradura, ¡no corres ni el colectivo en Buenos Aires y vas a arrancar con el deporte en las vacaciones! ¡Pero por favor!

El calzado parece ser otra cuestión que preocupa y mucho. Yo diría que lo más preocupante sería que terminen como algún europeo, norteamericano o mi colega periodista y amigo Jorge, calzando sandalias con medias o, lo que es peor, ojotas con medias. Y acá va mi consejo al respecto: antes que eso, descalzos o la muerte misma. Sí, ya sé que alguno de ustedes lo está pensando y le digo que no: si hace frío, zapato cerrado y se acabó la discusión. Por supuesto, cada calzado va en una bolsita para no ensuciar la ropa. ¡Casi no lo digo de tan obvio que parece!

Los líquidos, cremas, perfumes, etc, conviene ponerlos en bolsas y separados del resto. El 99% de los envases es como las mascotas, se dan cuanta cuando te estás yendo. Y la ley de Murphy en estos casos aplica 100%: si no lo metiste en una bolista, se va abrir y ensuciar hasta lo que no llevás.

A la hora de acomodar todo en la valija, más obviedades: lo pesado debajo, lo liviano arriba; aprovechar el espacio interior del calzado para guardar cosas; comprimir todo lo que se pueda comprimir, hacer rollitos con las prendas o embolsar al vacío (el sistema bolsa y aspiradora para sacarle el aire funciona de maravillas). El tema es aprovechar el espacio que nunca será suficiente. Si no saben cómo, consultan el tutorial de Antonini W. en youtube que lo explica al detalle.

Ah, la ropa va a llegar arrugada. Pero no se preocupen, en la actualidad todos los hoteles tienen plancha en la habitación o, en el peor de los casos, una para prestar.

Importante, que digo importante, importantísimo (casi tanto como asegurarse de llevar al aeropuerto pasaporte, visa –si corresponde- y el ticket del aéreo, es no olvidar los cargadores de todos nuestros equipos electrónicos. Hoy día no se concibe un viaje sin ellos y no es grato tener que comprar de urgencia y destinar a este menester dinero que estaba asignado al placer. Enrollar los cables y ubicar los accesorios entre la ropa para que no se dañen puede ser una buena opción.

Bueno, al final terminé dando algunos consejos que, como diría mi abuela Marta, nunca estarán de más. Sin embargo, déjenme despedirme con una certeza que descubrí a partir de mis propios viajes y los miles de kilómetros recorridos: “La valija nunca estará perfecta. Siempre, indefectiblemente, pecará por escasez o abundancia”. ¡Hasta la próxima!

 

Queenstown (Nueva Zelanda), para no aburrirse nunca

La maravillosa ciudad del sur de Nueva Zelanda cautiva con la belleza de sus paisajes de montaña y una increíble diversidad de actividades en las que la tranquilidad y la adrenalina conviven en perfecta armonía.

Por Esteban Goldammer / @testerpourmet

Jamás pensé que el Paraíso se encontraba a 1:50 hora de avión. Claro, partiendo desde Auckland, porque desde Buenos Aires habría que sumarle unas 13 horas ( lo que tarda el vuelo directo de Air New Zealand). Y por supuesto, considerando que este lugar “divino” se caracterice por estar rodeado de cadenas montañosas y lagos de un azul turquesa tan profundo y cautivante que invita a disfrutarlos de incontables maneras a lo largo de cualquier estadía. Continuar leyendo “Queenstown (Nueva Zelanda), para no aburrirse nunca”

Salta en 4×4=100% Felicidad

Si algo le faltaba a la belleza de los paisajes de Salta, era descubrirlos en una travesía junto a Toyota.  Una experiencia realmente magnífica.

Por Esteban Goldammer / gauchods

Había escuchado eso de “Salta, tan linda que enamora” y pensé que se trataba de uno de los tantos slogans publicitarios de los destinos turísticos, pero los imponentes paisajes, el clima que acompañó bondadosamente y la belleza y calidez de los pueblos que asombran con su arquitectura colonial, realmente llenan el alma y transforman una simple frase en una realidad palpable.

Quebrada de las Conchas

La travesía comenzó ni bien arribados a Salta, donde además de conocer a todos los integrantes del grupo, esperaban las Hilux y las SW4 que serían parte fundamental y activa de la misma. No hubo tiempos para grandes preámbulos porque ni bien acomodamos las valijas, salimos a la ruta con destino a Cafayate.

El trayecto tiene 188 km, aunque por la sinuosidad del camino y las paradas “obligadas” para entregarse al paisaje, tomar alguna foto de recuerdo y adentrarse en las formaciones de la Quebrada de las Conchas, dentro de los Valles Calchaquíes, demanda un poco más tiempo que el normal.

Los colores de las sierras y la vegetación deslumbran a medida que se avanza por la ruta 68, permitiendo ver a lo lejos las formaciones de la quebrada que fuera declarada reserva natural en 1995. El paisaje es testigo de la erosión del agua y el viento durante millones de años, dando lugar a un profundo cañón donde destacan llamativas formaciones rocosas como la Garganta del Diablo, el Anfiteatro, el Fraile, el Sapo, entre otras. Acercarse a dicha Garganta o a cualquiera de estas moles rocosas lo hace a uno sentirse pequeño ante la espectacularidad de las geoformas. Pero curiosamente la zona de la Quebrada de las Conchas tiene otro lugar de interés, quizás más banal, pero que cautiva por igual (o más) al visitante y es el Puente Morrales. Dicho puente se encuentra en una ruta muerta a la vera de la R68 y alcanzó su fama a partir de la película Relatos Salvajes (2014), en la que Leonardo Sbaraglia y Walter Donado concluyen su famoso “crimen pasional”.

Cafayate

A medida que nos acercábamos a destino, el paisaje dejaba atrás la roca, la arena y los tonos marrones, para nutrirse con el verde de las vides. Así nos recibía Cafayate, la ciudad más importante de los Valles Calchaquíes que sorprende con su arquitectura colonial, su plaza rodeada mayormente de locales de artículos regionales y vinos, bares y restaurantes, un museo y por supuesto, la bellísima Catedral de Nuestra Señora del Rosario de Cafayate (1895).

Caminar por las calles de esta ciudad, que conserva su arquitectura colonial, contagia calma. Es inevitable no acostumbrarse al nuevo ritmo y entregarse al placer de respirar el aire que allí desborda de pureza.

Pero el viaje continuaba, apenas nos dio tiempo para acomodarnos en el hotel Grace Cafayate (un verdadero lujo de la travesía) y acicalarnos para disfrutar de las afamadas empanadas salteñas y un asado de esos que perduran en la memoria, en la Finca El Retiro de la Bodega El Porvenir que, obviamente, garantizó la compañía del buen vino.

Amaneció fresco, como suele suceder en esta provincia que se caracteriza por una gran amplitud térmica, por lo que desayunar al sol con vista a las montañas y al campo de vides, fue un verdadero placer. Por supuesto, no se extendió demasiado porque la partida hacia Cachi no se hizo esperar.

La 40, Molinos y Seclantás

Tomar la R40 ya conlleva una cierta emoción para cualquier argentino, mucho más meterse en el ripio y la arena en las 4×4 de Toyota, transitando caminos que deslumbran por su aridez, los colores de piedras y montañas que magnifican el celeste intenso del cielo. Inevitable sentir esa adrenalina y esa diversión que tiene rasgos de niñez, pero que hacen de la adultez algo maravilloso.

La Quebrada de las Flechas nos sorprendió con su singular inclinación, producto de los movimientos del suelo y el viento. Nos abríamos paso entre paredes inmensas de roca, siguiendo el camino zigzagueante. Entre nubes de polvo, avanzábamos y nos maravillábamos ante la aparición de personas y pueblos dormidos en el tiempo, pero con un encanto y una magia singular; una escuela casi perdida o cementerios en medio de la nada, adornados con flores de colores como si el olvido no alcanzara del todo a esos lugares o esas almas.

Así en medio de este paisaje de ensueño, asomó Molinos, un pueblo con rasgos coloniales que debe su nombre a los molinos harineros del siglo XVIII. Allí se destacan la Iglesia San Pedro de Nolasco (1720) y la Hacienda de Molinos que fuera residencia del último gobernador realista de Salta y que hoy es un hotel.

Más adelante nos esperaba Seclantás donde nace el Camino de los Artesanos que culmina en El Colte, lugar de residencia del Terito Guzmán y unas sesenta personas que viven de la producción de sus telares . Hijo del Tero, ya fallecido pero famoso por los ponchos de Juan Pablo II, el Papa Francisco, Los Chalchaleros y más, el Terito nos mostró su arte (un poncho puede llevar hasta dos semanas de trabajo) y nos agasajó con un almuerzo bajo la fresca y humilde galería de su hogar hecho de adobe y caña.

Cachi

La llegada a Cachi reprodujo las sensaciones del arribo a cada pueblo salteño: la paz y tranquilidad, el aire colonial de sus construcciones y una caravana compuesta por seis Toyota, con los rastros de la travesía en su carrocería, que no pasaba desapercibida para nadie.

Cachi tiene magia, su plaza bordeada de frentes blancos con la consigna unificada de marquesinas de hierro forjado, la iglesia, las calles de piedra y esa calma que invita a sentarse en alguno de sus bares y a disfrutarla trago a trago. Todo enmarcado por montañas de más de 5.000 m y un cielo diáfano casi permanente que por las noches permite admirar y rendirse ante la infinidad de estrellas.

Nos hospedamos en el hotel La Merced del Alto, otro de los grandes placeres de Cachi. Desde allí iniciaríamos a la mañana siguiente la que sería una de las partes más emocionantes del viaje: la conquista de Abra del Acay, declarado Monumento Natural Provincial. Por este paso ubicado en el departamento de La Poma, corre la mítica ruta 40 que alcanza allí su mayor altitud (4.601 m), siendo una de las carreteras más altas del mundo (fuera de Asia).

El recorrido tuvo todos los condimentos para poner a prueba las camionetas y nuestro temple: polvo, ripio, vados, curvas y contracurvas, cornisas. Emocionante desde el lado de la conducción y desde los paisajes que iban cambiando permanentemente y sorprendiendo con colores que cuesta imaginar en la previa.

Nos habíamos preparado para semejante ascenso: un desayuno liviano, mucha ingesta de agua y algunos tentempiés para no sufrir el mal de altura. Afortunadamente, semejantes preparativos fueron suficientes y pudimos disfrutar de Abra del Acay y sus panorámicas en toda su magnitud. Por supuesto, allí había que moverse con tranquilidad para no agitarse demasiado y abrigarse porque los 10ºC y el viento frío se hacían sentir.

Para la vuelta, sólo nos quedaba el paso fugaz por La Poma, aquél poblado que sufriera el terremoto en 1930 y que fue reconstruido en parte y generó un nuevo asentamiento a apenas un km de distancia. Sorprende ese caserío de tierra roja, esas pocas callejuelas en medio de prácticamente la nada y una existencia prácticamente inimaginable para cualquier citadino.

La vuelta a casa

La última noche en Cachi nos encontró tratando de avistar OVNIs en el ovnidromo. Sí, el lugar tiene muchas historias al respecto y un lugar específico diseñado por un suizo que vivió en el lugar durante cinco años y que asegura le fue encomendada la construcción de este espacio demarcado con piedras pintadas y una gran estrella. No avistamos nada especial, pero nos dejamos cautivar por el cielo y el show que brindaban las estrellas fugaces.

A la mañana siguiente, emprendimos el regreso a Salta. El paso por la recta de Tin Tin nos brindó otro de los recuerdos que nos traeríamos a Buenos Aires: una planicie habitada por imponentes cardones que se erigen como amos y señores y que forman parte del Parque Nacional Los Cardones, que tiene además restos paleontológicos como huellas de dinosaurios de 70 millones de años y pinturas rupestres.

Más adelante la Cuesta del Obispo sorprende con su panorámica y el serpenteo de la ruta a través de las montañas. La aridez y los tonos marrones siguen siendo protagonistas, aunque si se tiene suerte se pueden sumar los cóndores para completar una postal que será inolvidable.

Unos kilómetros más adelante la Quebrada de Escoipe nos hará pensar que llegamos a otra provincia, ¿Misiones?, tal vez. Es que aparece la bruma en el camino y la visual poblada de tonos verdes selváticos y una vegetación que parece importada de otro lugar convierten la ruta de repente. Cuesta creer semejante diversidad, pero que es reflejo de la magnitud de la provincia de Salta en cuanto a paisajes y experiencias.  Justamente eso que hace que uno crea verdaderamente en eso de “tan linda que enamora” y caiga rendido a sus pies.

No te pierdas el video de este sensacional viaje.

www.turismosalta.gov.ar

www.toyota.com.ar

Mendoza, con encanto cuyano.

Imposible no dejarse atrapar por la fascinación de las vides, pero nuestra visita a Mendoza nos permitió apreciar muchas de las otras propuestas que exhibe la ciudad y sus alrededores.

Posiblemente después de conocer nuevos destinos, lo que más motive un viaje son las vivencias y las anécdotas que surgen a partir de él. En ese sentido, nuestro viaje a Mendoza nos tenía deparadas una abundancia tan grande como las montañas y la enorme cantidad de cultivos de vides que nos esperaban allí.
Motivados por una experiencia distinta y aprovechando las vacaciones, emprendimos el viaje hacia Mendoza en auto, algo un tanto atípico para nosotros y, sin dudas, lo que generó algunas situaciones que quedarán en el recuerdo de todos los participantes de esta gran aventura.
Para empezar, debemos decir que el clima al salir de Buenos Aires no acompañó. La lluvia si bien no era copiosa, pareció serlo cuando a los doscientos kilómetros el limpiaparabrisas dejó de funcionar. Fue el momento en que una papa (sí, una papa) tomó protagonismo gracias a sus comprobadas virtudes para lograr que el agua patine más fácilmente. Pero claro, no hace milagros y debimos detenernos en una estación de servicio a la espera de que las condiciones climáticas nos permitiesen continuar, cosa que sucedió recién a las dos horas.
Con la idea de disfrutar de las vacaciones desde el primer momento, teníamos prevista una parada en San Luis, que se presentó como un verdadero oasis en la ruta. Después de conducir 800 kilómetros, de vivir la experiencia del limpiaparabrisas y del desperfecto sufrido por el auto que iba en caravana con nosotros (se le rompió la caja de cambios), el hotel Vista Suites Spa & Golf, con su pileta climatizada en el último piso, resultó un verdadero bálsamo al final de día.

Montañas de vides
Al día siguiente, después del desayuno, emprendimos el último tramo del viaje. No bien entramos en la provincia de Mendoza, el paisaje comenzó a cambiar. No tanto por la aridez, que se mantenía, sino por los verdes cultivos de uvas y bodegas que se apostaban al costado del camino y que con las altas cumbres nevadas de fondo, nos otorgaban una postal típica de provincia cuyana.
Por supuesto, el vino y las bodegas estaban dentro del programa y fue así como días después nos entregamos a Dionisio y sus placeres a través del Wineries Bus. Este tour con el sistema Hop-on Hop-off permite recorrer once bodegas (López, Trivento, Vistandes, La Rural, entre otras), la Olivícola Maguay y puntos de interés del departamento de Maipú.
Para los más aventureros, está la opción de recorrer las bodegas en bicicleta que, por supuesto, tiene su atractivo, aunque imaginamos cierta dificultad después de la tercera degustación. Una alternativa para despuntar el vicio del biking puede ser optar por recorrer los viñedos en este medio de transporte, opción que ofrecen algunas de las bodegas del recorrido. Como sea, entender acerca del cultivo y cosecha de las vides, conocer su proceso y sobre todo catar el producto terminado, resulta uno de los grandes atractivos de Mendoza.
No lejos en lo que a placer respecta, la visita guiada a la olivícola nos resultó sumamente didáctica para entender el cultivo y el clima de esta zona. Nos sorprendió saber que el desierto del Sahara tiene 140 mm de precipitaciones anuales y Mendoza tan sólo 200 mm, por lo que hay un régimen de riego público sumamente controlado y los productores buscan autoabastecerse de agua (cosa que no es fácil) porque suele no ser suficiente. Aún así el vino y las aceitunas cautivan a turistas de todo el mundo y como era previsible nos “obligó” a subir al bus con sendos productos para disfrutar en Buenos Aires.

Budeguer
Y si hablamos de vinos, casi una visita obligada es la de Bodega Budeguer, en Agrelo-Luján de Cuyo. Vale la pena visitar esta nueva bodega boutique, que además de ofrecer una vista espectacular de las montañas reflejadas sobre su reservorio, cautiva paladares con vinos reserva como Tucumen y 4000. Reconocida por su imagen excéntrica e innovadora, logra atrapar las miradas en cada detalle del recorrido. Esta bodega está equipada con lo último en tecnología, piletas de hormigón y acero inoxidable, además de 350 barricas de roble francés y americano. Nos pareció interesante su sistema contra heladas de riego por micro aspersión (el primero de esta naturaleza en el país) que protege sus 25 hectáreas de Malbec. La visita a Budeguer resulta una experiencia por demás gratificante, porque desde un primer momento a uno lo hacen sentir cómodo. En una construcción moderna y después de recorrer el viñedo y aprender un poco de teoría y mucho de pasión, uno puede degustar los vinos casi como si se tratara de una reunión de amigos. Una visita relajada y acompañada de vinos que reflejan el sentirse en la hermosa Cordillera de Los Andes. www.budeguer.com

Desde Maipú, adrenalina y relax.
En esta oportunidad, a diferencia de las anteriores, optamos por hospedarnos en Maipú, exactamente en el kilómetro cero de la llamada Ruta del vino. Allí se encuentra el Esplendor Mendoza, ubicado dentro del complejo Arena Maipú, lo que permite disfrutar de cinco cines, cinco restaurantes, una disco-bar (sólo en invierno), casino estilo Las Vegas, supermercado, además de los servicios del hotel.
Nos resultó cómodo estar alejados de la vorágine de la ciudad y al mismo tiempo tan cerca de ella y de los otros destinos que fuimos visitando durante la estadía.


Así es como una mañana tomamos rumbo a Potrerillos. Nos habían hablado de este pequeño paraíso enclavado al pie de la Cordillera de Los Andes, a 70 km de la capital mendocina. Allí el embalse construido para atenuar las crecidas del río Mendoza, mejorar el riego y generar energía, creó una laguna que invita a ser disfrutada a través de los deportes náuticos, un asado o, tan sólo, una mateada a la orilla del agua. El paisaje es imponente, el espejo de agua cambia su color en función del cielo y las nubes y el reflejo de las montañas sobre la superficie aportan una visual que no cansa, por más que se pasen horas mirándola.
Para los amantes de la adrenalina, la tentación está remontando el río. Allí Argentina Rafting invita a los corajudos a descender las aguas turbulentas con niveles 1, 2 3 y 4 (el máximo es 5) con el remo en mano y la risa y el temor a flor de piel. La experiencia es única y basta bajarse del gomón para querer hacerlo nuevamente o anticipar una visita segura en el próximo viaje a Potrerillos. Para los que se quedan con ganas de más, el circuito de canopy desarrollado por esta operadora de deportes extremos y los largos cables de acero atravesando el río Mendoza, seguramente satisfarán con creces esa necesidad.
Después de tanta actividad, era preciso amenizar con un poco de relax. Así que al día siguiente nos dirigimos a las Termas de Cacheuta, donde encontramos toda una infraestructura desplegada para relajar el cuerpo y disfrutar del agua y el sol (por supuesto, con abundante protector solar porque la altura hace que uno esté más expuesto). Allí, entre piletas con agua termal a distintas temperaturas y con el marco inigualable de las montañas y al arrullo permanente del Mendoza (sí el mismo pero más arriba), el lugar ofrece los servicios necesarios para despreocuparse de todo y entregarse al placer.
En verano la afluencia de gente suele ser importante, por lo que si se busca algo más íntimo o tratamientos más profundos, quizás, la mejor opción sea la del Terma Spa (sólo para mayores de 14 años).

De la capital a Chacras de Coria.
La visita a la ciudad comenzó con el pintoresco viaje en Metrotranvía, como llaman al tren eléctrico que tiene como cabeceras a la Estación Gutiérrez en Maipú y Mendoza en la city mendocina. Nosotros descendimos en Parador Aguas, más próximo a la Plaza Independencia (la principal) y a la Peatonal Sarmiento, puntos de interés turístico ineludible.
La ciudad sorprende con su amplitud, el aire puro y su ritmo provinciano, aún siendo una de las capitales más importantes del país. La convivencia del Metrotranvía, los troles (funcionan desde 1958), los colectivos y los taxis ya le dan un aire distintivo. A ello se suman las acequias, un sistema de riego antiquísimo heredado de la cultura huarpe, que no sólo acompaña cada calle sino que aún hoy continúa vigente.
Para el visitante primerizo, tal vez aquí también sea recomendable el bus turístico, ya que permite subir y bajar durante 24 hs. y tener una idea general de la magnitud y atractivos de esta capital de provincia. Entre los destacados figuran el Parque Central, el Área fundacional, donde también se encuentra la Iglesia Nuestra Señora de la Merced que contiene la imagen que soportó milagrosamente el gran cismo de 1861 y le valió el nombre de Virgen del Terremoto.
El recorrido del bus también sirve para descubrir que la Av. Arístides Villanueva se encuentra nutrida de restaurantes y bares que por las noches cautivan tanto al turista como al público local. Asimismo, se puede apreciar que el Parque General San Martín merece más de una visita, ya sea para disfrutar del aire y el verde, para sumarse al running o caminatas de los mendocinos que lo utilizan para sus prácticas deportivas o para entregarse a la contemplación de sus jardines con más de 300 especies vegetales de todo el mundo. Este gran parque, que abarca 307 Has. y contiene un lago de mil metros de largo por cien de ancho que se utiliza para deportes náuticos, fue diseñado por Carlos Thays, en 1896. Allí se encuentran varios puntos de interés como el Zoo de Mendoza, el estadio mundialista Malvinas Argentinas, el Anfiteatro Romero Day (sede anual de la Fiesta de la Vendimia) y el Cerro La Gloria que, además del Monumento Homenaje al Ejército de los Andes, ofrece inmejorables vistas panorámicas de la ciudad.


A pocos minutos del centro de Mendoza, se encuentra Chacras de Coria, un pequeño poblado que crece al ritmo de las bodegas, hoteles boutiques, barrios cerrados y una movida chic que lo hacen único. Su plaza central, que aloja una pintoresca iglesia (Nuestra Señora del Perpetuo Socorro) y varios de los bares y restaurantes de la zona que es menester probar aunque más no sea una vez, es destino de los paseos nocturnos veraniegos. Allí mismo los fines de semana (sábados desde la tarde y domingos todo el día), se despliega una feria de artesanías que incluye food trucks y espectáculos a la gorra. Durante el día, Chacras de Coria aloja también un sinnúmero de importantes bodegas mendocinas (de las grandes y las boutique) y es ideal para recorrer sus callecitas de tierra, signadas de añejas arboledas y casonas y remontarse a otra época, así como también dotar a las vacaciones de un aire absolutamente renovador.

turismo.mendoza.gov.ar

Estancia La Candelaria

Estancia La Candelaria, una buena opción para el fin de semana.

Fotos: Gentileza La Candelaria

Algo más de una hora separan Buenos Aires de la localidad de Lobos; la vorágine de la ciudad, de la tranquilidad del campo; los edificios modernos de Puerto Madero, del increíble castillo de estilo francés y las construcciones coloniales. Y la lista podría seguir evidenciando contrastes, porque un fin de semana en la estancia La Candelaria irremediablemente conecta con el pasado, con costumbres y vivencias gauchas, y días y noches regados de un sosiego que se acentúa aún más con los fríos del invierno. Pero es mejor ir de a poco, porque este lugar es para disfrutarlo así: con calma.

En el kilómetro 114,5 de la Ruta Nacional 205, apenas señalizado por un cartel pequeño en la tranquera, se encuentra el acceso a la estancia: un camino de tierra típico de campo que, después de varios postes y vacas de gran tamaño, acerca un portón que anticipa lo que será la visita en cuanto a verdes y vegetación. Flanqueados por casuarinas y eucaliptos añosos, nos fuimos adentrando en la experiencia. Al final del camino esperaban la pulpería, la recepción, los salones y los edificios que albergan algunas de las habitaciones, ya que las otras se encuentran en el castillo, donde nos alojaríamos nosotros. En el salón principal un exquisito asado y el show de malambo y bailes cautivaban por igual a un público compuesto tanto por huéspedes como por asistentes al “día de campo”.

Difícilmente podríamos determinar la hora, pero finalizado el almuerzo nos entregamos al lugar. Unos arcos de fútbol, canchas de tenis y vóley son algunas de las atracciones, pero nuestras inexistentes raíces gauchas nos llevaron hacia la zona del sulky y los caballos, lugar que visitaríamos varias veces durante los dos días. Allí conocimos a Pico, el maestro rural devenido en gaucho durante los fines de semana, que nos guió en la recorrida por dos circuitos ya delimitados para la cabalgata, dentro de las 245 hectáreas diseñadas por Carlos Thays y que incluyen además de pinos, araucarias, casuarinas, eucaliptos, nogales y palmeras, estatuas, fuentes y glorietas que le suman encanto e historia a la estancia.

Para el que no gusta de montar a caballo, están el sulky y las bicicletas (otro de los medios para moverse a toda hora dentro del predio) o las caminatas, que pueden resultar sumamente placenteras. Como sea, el castillo siempre será testigo de nuestros pasos y seguro receptor de más de una visita.

El mismo fue construido en 1904 según diseño de los castillos franceses y con materiales traídos de Europa, incluyendo muebles de estilo, arañas con cristal de Murano, divanes y sillones estilo Chippendale y más. Una recorrida por el interior, nos llevará al salón principal con mesa oval de seis metros, a la sala de billar donde se pueden encontrar además ejemplares de libros de antaño y al salón comedor, donde se sirven desayunos y meriendas colmados de tortas y otras exquisiteces.

En cuanto a decoración, abundan también los vitraux, las lámparas y arañas y las pinturas y objetos que, además de decorar, nos sumergen en una experiencia palaciega. La escalera y los pisos de roble de Eslavonia nos conducen a las habitaciones, donde la magia del lugar se transforma en cuento y llega a los límites del sueño.

La noche nos sorprendió, como suele hacerlo en los cortos días de invierno. El fogón que ardió durante todo el día sin descanso, reunió a varios de los huéspedes alrededor y, otra vez, Pico fue el conductor. El mundo de la música y las milongas campestres que provocaron nuestras risas y el olvido del frío, fueron el preámbulo de la cena en el acogedor salón aclimatado con modernas salamandras con fuego a la vista. No quedaba mucho por hacer, más que deleitarse con un cielo estrellado para entregarse después al abrigo del castillo y al confort de las antiguas camas. El domingo nos despertaría con mucho más de ese placentero campo y la inolvidable experiencia de La Candelaria.

www.estanciacandelaria.com

Manaos, del caucho al verdadero tesoro.

Manaos, la ciudad que hace un siglo brillara gracias al caucho, hoy es la puerta de entrada al tesoro más grande del planeta: la Amazonia.

Textos: Esteban Goldammer  / Fotos: @gauchods y Sandra Cartasso

Llegamos a Manaus (así el nombre en portugués) con verdadera expectativa. Eran las 3 am y el vuelo directo de Gol, recientemente inaugurado, nos acercó a esta ciudad de la Amazonia brasileña que conoció la gloria entre 1890 y 1920. Por aquellos años la fiebre del caucho la convirtió en la primera ciudad de Brasil con luz eléctrica y sistema de acueducto y alcantarillado, además de dotarla de su condición de pionera en el uso del tranvía eléctrico, por delante de Nueva York y Boston.
La temprana hora de arribo nos condujo directamente al hotel. El corto viaje apenas nos permitió reconocer las instalaciones del Estadio Mundialista que, como suele suceder post mundial y con una ciudad que tiene sus equipos en lo que sería una categoría D, tiene hoy poca utilidad. Nos esperaba el Casa Teatro, un pequeño hotel boutique que ya tiene proyecto de ampliación y que destaca no sólo por la cálida atención, sino también por su inmejorable ubicación (a tan sólo 100 metros del Teatro).


Justamente, el Teatro Amazonas es el principal patrimonio cultural del Estado y es considerado el 4º a nivel mundial por su confort, acústica y demás características. Por este motivo recibe la visita de numerosas compañías y es sede anual del reconocido Festival de Ópera del Amazonas. El mismo fue construido durante 15 años con materiales traídos de Europa e inaugurado en 1896. Así como otros importantes edificios de la ciudad (el Palacio Rio Negro -ex Palacio Scholz-, el Palacete Provincial o el Palacio de Justicia), evidencia el lujo y esplendor de la Manaos cauchera, historia que conoceríamos aún más con la visita al Museo del Caucho. Este sorprendente teatro se encuentra emplazado frente a la plaza San Sebastián que para nuestra sorpresa, tiene sus veredas con un juego de ondas blancas y negras idéntico al de las playas de Rio de Janeiro. En puja constante con los cariocas, los manauaras aseguran que estas fueron construidas con anterioridad y remiten a los colores de la arena de extrema blancura y el río Negro.

Caucho, aborígenes y división de aguas
Por la mañana, después del desayuno, nos dirigimos al concurrido puerto de la ciudad, donde además de establecerse dos importantes mercados (el de frutas y verduras y el de pescados) que exhiben la riqueza de esta zona de Brasil, parten y arriban múltiples embarcaciones. Allí, a bordo del barco de Amazon Explorers, navegamos las oscuras aguas del río Negro, el mismo que en 2012 registró la mayor crecida en su historia.
Después de una media hora de viaje, arribamos al Museo del Caucho, donde nos interiorizamos acerca de los trabajos en las plantaciones, así como de la forma de vida de la época. Supimos de excesos, como prender cigarros con billetes de cien dólares o la costumbre de enviar la ropa para que sea lavada en Portugal (un poco por excentricidad y otro poco por temor a las oscuras aguas del río Negro). También descubrimos la esclavitud pseudo encubierta de aquellos años, donde los obreros eran llevados a las plantaciones con falsas promesas de riqueza y la imposibilidad de huir de ese destino, al menos con vida. Y además, pudimos entender y vivenciar todo el proceso desde que se corta el Hevea Brasiliensis (también llamado seringueira o árvore da borracha) hasta que brota el látex blanco que, sometido al calor, permitía formar grandes bolas de caucho negro. Y claro, entender la decadencia de una sociedad a partir del fin del monopolio amazónico a manos de Malasia y la caída del precio mundial del caucho.
La excursión continuó y unos minutos después nos dejaba en manos de los aborígenes. Por supuesto no hubo nada que temer, sino todo lo contrario. Nos recibió el cacique de una comunidad que se abre al público para mostrar sus rituales y costumbres. Se trata de una de las 42 tribus reconocidas y censadas, a diferencia de otras que se conoce su existencia pero se mantienen aisladas y vírgenes en la Amazonia profunda.
Dentro de una gran choza, un grupo de aproximadamente treinta integrantes conformado por hombres, mujeres y niños, con el torso desnudo y las caras pintadas, nos abrió las puertas a una cultura distinta basada en la conexión con la naturaleza. Los aborígenes nos enseñaron su ritual de danza y hasta nos hicieron partícipes del mismo. La visita fue breve, pero enriquecedora. Nos embarcamos nuevamente, no sin antes probar las hormigas coloradas tostadas que gentilmente nos convidaron.
El mediodía nos sorprendió y el almuerzo buffet en un clásico restaurante sobre el agua, nos acercó a sabores típicos de esta zona de Brasil. Por supuesto, no faltó el pescado en el menú, un clásico de Manaos. Con el estómago lleno y las energías recuperadas, continuamos la travesía en busca de aquello de lo que tanto nos habían hablado: la confluencia de las aguas de los ríos Negro y Solimões (Amazonas). El espectáculo es verdaderamente fascinante y único: por diferencia de densidad, temperatura y velocidad de las aguas, estos dos ríos no se mezclan, sino que muestran un claro límite entre uno y otro a lo largo de más de 15 kilómetros. ¡Inolvidable!

Entrando a la Amazonia
Lo de gran pulmón del planeta en referencia a la Amazonia brasileña no es exagerado, la exuberancia es enorme y la biodiversidad, única. Nuestro objetivo era sentir la naturaleza, vivirla de cerca y para eso, nos dirigimos al Mirante do Gavião, un resort ecológico enclavado en el municipio de Novo Airão, a 200 km de Manaos, sobre la ribera del río Negro. En medio de lluvias que menguaron por la tarde, tomamos la ruta e hicimos una única parada técnica que nos permitió probar algunas de las futas de la región como el Inga o el Biribá, de sabores extraños pero dulces. En referencia a las mencionadas lluvias, podemos decir que son típicas de la región, así como el calor y la humedad. No así los mosquitos que, para nuestra sorpresa, no los había en la magnitud esperada (dicen que es por el ph del agua del río Negro).
Casi llegando a destino hicimos un stop en “A flor du luar”, un restaurante flotante que es todo un clásico de la zona, al que se accede por apenas un endeble tablón de madera. Debemos reconocer que el lugar hace honor a su nombre, ya que prepara unos exquisitos pescados como el pirarucú o el tunuraré y unos bolinhos de tapioca y queso con salsa que quedarán en nuestra memoria. Desde luego acompañamos los platos con sendas caipirinhas de lima y maracujá, por lo que el almuerzo resultó sumamente gratificante.
De allí nos dirigimos a otro de los imperdibles de la Amazonia: el encuentro con los famosos delfines rosados (Inia geoffrensis) en el flutuante Boto Cor-de-rosa (flotante delfín color rosa) de Marilda Medeiros, que se presenta como encantadora de estos animales. Después de una breve charla introductoria, pudimos ver como alimentaban con pirañas a estos fantásticos animales que nacen con su piel gris, pero la van cambiando hacia la adultez, producto del desgaste de la misma en su frecuente nado entre los manglares. Estos animales son un poco menos agraciados que sus parientes marinos, pero no por eso menos llamativos y cautivantes.

Mirante do Gavião Resort Hotel
Sin dudas, el Mirante do Gavião (Mirador del Gavilán) merece un párrafo aparte. Este resort ecológico sorprende con su perfecta arquitectura en madera (con forma de casco de barco), totalmente integrada a la naturaleza, permitiendo disfrutarla de múltiples formas durante la estadía.
Vale aclarar que el poblado de Novo Airão se caracteriza por la construcción de embarcaciones, por lo que no fue difícil encontrar la inspiración al momento de diseñar y construir el hotel, que debe su nombre a un mirador frecuentado por gavilanes, al que se accede por una escalera caracol no apta para cardíacos.
El hotel tiene tan sólo siete habitaciones enclavadas en la frondosa vegetación, que se destacan por su comodidad, una exquisita decoración y terrazas para disfrutar de una tarde apacible y vistas privilegiadas del río Negro y el Archipiélago de Anavilhanas.
Desde el Mirante se realizan excursiones incluidas en los paquetes de estadía y programas de navegación de 4 a 8 días, en embarcaciones propias donde destacan el lujo y la gastronomía, además de un acercamiento más intuitivo a la naturaleza. Nosotros estaríamos tan sólo dos días, por lo que nos dedicamos a disfrutar de la pileta y los kayak, el SUP y las aguas cálidas del río Negro.

Naturaleza en estado puro
Anavilhanas es el mayor archipiélago de agua dulce del mundo, con cerca de 400 islas, centenares de lagos y ríos y una riqueza animal y vegetal enorme. Durante nuestra estadía tuvimos la oportunidad de vivir dos experiencias bien disímiles, ya que recorrimos los manglares de día y de noche.
El recorrido diurno incluyó una visita a la Comunidad de Sobrado, donde residen los Caboclos (mezcla de indígenas con blancos) que viven en armonía con la naturaleza. Pero la parte más emocionante fue adentrarnos en la selva para ir identificando especies de árboles nativos y conocer sus propiedades en un recorrido que tuvo mucho de aprendizaje y supervivencia, identificando las plantas y conociendo sus propiedades, encendiendo fuego con apenas un chispazo o usando el ácido de las hormigas como repelente de mosquitos. La observación de aves, insectos, monos y otros animales, a veces mimetizados con la vegetación, también fue parte de una emocionante caminata de cerca de dos horas.
Por la noche la experiencia fue mágica o profunda. Navegar entre los manglares, con los sonidos de la selva y la oscuridad acechándonos, en busca de los ojos brillosos que determinen la presencia de algún yacaré, dotaba a la jornada de una adrenalina especial. El ruido del motor y el resplandor proyectado por la luz parecían nuestro único contacto con la civilización y el conductor (quien debía devolvernos a buen puerto) era quien descendía y comenzaba a caminar con el agua a la altura de las rodillas, en ese caldo habitado por reptiles. Afortunadamente, sabía lo que hacía y pudimos apreciar bien de cerca (los tocamos, o sea que demasiado cerca) dos ejemplares de yacaré: una cría y un adulto de aproximadamente 1,50 m. Con la misión cumplida, regresamos al hotel para disfrutar de la exquisita cena y comentar las experiencias de lo que para todos fue un inol­vidable encuentro con la Amazonia.

Directo a Manaos Gol – Linhas Aéreas Inteligentes comenzó a operar el 4 de febrero de este año el vuelo directo que une Buenos Aires con la ciudad amazónica. Por ahora la frecuencia es de un vuelo semanal (se prevé sumar más), partiendo de Manaos los días sábado a las 15:35 y regresando desde Ezeiza a las 23:15. El vuelo se realiza en aviones Boeing 737-800 y tiene tan sólo 5 horas de duración. www.voegol.com.br/es

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