Tiró la muñeca con cierto desdén, como quién intenta olvidar lo sucedido y dar vuelta una página. No tenían una relación de mucho tiempo, apenas unos años compartidos entre juegos y sueño. Pero suficientes para generar un vínculo, un cariño, una necesidad. Es cierto que no era la primera vez que por alguna razón, esa conexión especial se rompía y la distancia se hacía eco entre ambos. A veces la ruptura duraba apenas unas horas; otras se prolongaba durante días y hasta semanas, como si no fuera posible esa reconciliación que se terminaba dando de manera natural y hasta necesaria. Pero esta vez había un dejo de despecho en el aire, una desilusión imposible de soslayar. Ahí tirada sobre la cama, incapaz de articular palabra alguna, la muñeca se desvanecía en intenciones truncas con esa mirada estática y sin emoción. Bastaba observarla unos segundos para predecir el final.
No había historia juntos que pudiera remediar aquella situación. Ya no. Volvió a la habitación y tomó la muñeca entre sus manos. La acarició y con cierta nostalgia nublada por lágrimas que no pedían permiso, la observó queriendo decirle todo lo que no había dicho hasta entonces. Hizo caso omiso a la razón y dejó que las palabras fluyeran: que la quería con el alma; que lamentaba todo
pero que ya estaba grande para muñecas; que en ese estado deplorable ya no había razones para prolongar algo que debía haber hecho hace tiempo. Y así, en cierta forma, se iba justificando y elaborando el duelo necesario para superar el mal trance. Había un dejo de culpa en sus frases, pero era reprimida con la misma contundencia que otras veces.
Esa ceremonia de despedida no duró mucho, de ahí a meterla en una bolsa de basura habrán pasado escasos minutos. Y de eso a estar googleando y buscando una nueva muñeca inflable, nada.